Don de Loch Lomond

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martes, 16 de septiembre de 2014

El Plato frío

Enrique Falcó. Angelito en pelea continua con su diablillo




“¡Yo no soy rencoroso… pero el que me la hace me la paga!”

Esta frase tan seria, edulcorada quizás con algo de “fino” humor, la ha soltado el menda en innumerables ocasiones sin ningún tipo de complejos y ante incredibilidad de la concurrencia. Y la he pronunciado tal que así, sin más, sin anestesia y sin nada, porque no puedo dejar de afirmar que de esta guisa es como me siento y así, de forma tan sincera lo expreso. 

Me veo en la necesidad de confesar ante todos ustedes que es probable que sea este feo sentimiento, el rencor, mi peor y más vergonzante defecto. Porque en el fondo, es cierto, soy algo rencoroso. Y es que no puedo evitarlo. Siempre trato de ser buena persona, se los juro, pues ya he dejado constancia por escrito tanto en esta Tribuna como en mi Blog que considero que es lo más importante en la vida y la meta de cualquier hombre independientemente de su condición, raza o religión. 

Pero uno no es más que un ser humano, y como tal, también está sometido a sus bajezas más deplorables. Esta cuestión no deja de resultarles algo chocante a mis familiares, amigos y conocidos, que tienen a priori un concepto de mí algo más bonachón, el de una persona sin malicia ninguna, muy simpaticote y tal. 

Alguno de ustedes también podrán sentirse asombrados, pues pensarán que con lo graciosote que suelo ser, no parece que sea amigo de sentimientos tan horribles. “¡Quién lo iba a decir!”- Pensará más de uno. “Con lo gracioso y simpático que parecía cuanto contaba que estaba más gordo que elmuñeco de Michelín.” 

Pues lo siento, señores, no soy perfecto, y aunque puedo prometer y prometo que jamás he hecho daño alguno a alguien, sí conservo en el fondo de mi corazón sentimientos tan deleznables, aunque cierto es también que dirimo una batalla diaria contra ellos en las que desgraciadamente no soy siempre el vencedor. Ya saben ustedes que en la guerra nunca hay vencedores, sino vencidos.


El problema es que el rencor genera odio, y el odio es hijo de la venganza y nieto de la rabia más miserable que se oculta en el fondo de nuestra alma. La venganza dicen, es un plato que se sirve frío, y a mi hay platos que me gustan bien calentitos, como la sopa. No sé si me entienden. No me gusta nublar mis sentidos y dejarme llevar por el rencor, las ansias de venganza, en definitiva, lo peor de mi condición humana. Está claro que el único camino indivisible hacia la curación de este sentimiento es el perdón y el olvido. Que fácil sería si fuésemos como los ordenadores, y pudiéramos resetear el disco duro de nuestros sentimientos cada vez que algo no funciona bien. Que pudiéramos reiniciar Windows cada vez que nuestro rendimiento no fuera todo lo óptimo que se espera de nosotros.

Perdono, pero no olvido” otra gran frase que desgraciadamente se cuentan entre las mías. No se equivoquen, es tan puñetera como la que abre el artículo de hoy. Debo hacer un esfuerzo para conseguir las dos cosas, perdonar y olvidar, aunque quizás, por otra parte no esté nada mal no olvidarse de todo, pues la alerta permanente puede ser buena consejera para evitar decepciones repetidas para con tus congéneres.

Quizás, y les aseguro que estoy tratando de ser lo más sincero posible, la única ventaja de ser tan rencoroso sea la de reconocerlo tan abiertamente, el de saber y ser consciente de qué pie cojeo. Quizás sea esto lo que pueda conseguir que en el futuro sea capaz de corregirme. La verdad es que no quisiera alimentar para siempre desde lo más profundo de mi corazón sentimientos tan negativos.

Reconozco que hay veces, en caliente, que he pensado cosas horribles de muchas personas, y que por ellas debería purgar en el Infierno hasta el fin de la eternidad. En mi defensa habría que matizar que estas personas me han hecho o han intentado hacerme daño, a mí o a los míos, y ante esta situación la realidad torna y te presenta a ti como el más cruel de aquellos a los que deseas lo peor.



Ya que estamos hablando de frases célebres, sacaré a la luz para terminar otra que también goza de gran popularidad, que es la de “el que ríe el último, ríe mejor”. 

No se dejen engañar, pues tal máxima encierra enorme cantidad de mala leche, amén por supuesto de grandes dosis de rencor y venganza. Desde estas páginas, les aseguro que seguiré luchando para ser mejor persona, para no reír el último, sino siempre, al principio y al final, y sobre todo para no tomar el plato frío, pues aquel que lo sirve no sazonará más que de desgracias su corazón hasta el final de sus días, y cuando se dé cuenta, es posible que sea demasiado tarde.

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